Vida y martirio del obispo Alejandro Labaka y la hermana Inés Arango. (PDF)
10,32 €
Aquel día de julio de 1987, quien esto escribe se encontraba dando un cursillo bíblico a un grupo de religiosas en Albacete (España).
A media mañana, en el receso de clase, me avisan:
Le llaman por teléfono.
Rufino...me dice una voz, azorada de emoción, ¿te has enterado de la noticia?
Era mi buen hermano y amigo Fidel Aizpurúa, desde Navarra.
¿Qué pasa...?
Han matado a Labaka.
Pero... ¿qué me estás diciendo?
Sí, le han matado a Labaka y a Inés Arango. Ya sabes: fueron a los Huaorani ¡y los han alanceado! Lo ha dicho la radio...
Le di las gracias por haberse acordado de mí. Salí a la calle a comprar un periódico nacional.
El País... es lo que tuve a mano. Recogí sentimientos, y al poco rato continué la clase:
Hermanas, lo que íbamos diciendo lo puedo expresar ahora de otra manera, estremecedora, con una noticia gloriosamente trágica:
La Eucaristía es sangre. Han matado a dos misioneros que yo conocía personalmente.
Cuando Jesús, en la Cena, dice: Esta es la Nueva Alianza en mi sangre, se está refiriendo a aquella Alianza en sangre que firmó Moisés, según Éxodo 24, juntando en la sangre derramada el altar, el libro de la Alianza y el pueblo...
La Eucaristía es la desembocadura de ese caudal de sangre que surca toda la historia humana, desde la sangre de Abel...hasta hoy; porque la Eucaristía debemos entenderla en el cauce de la Historia de salvación que Dios está realizando con su pueblo...
Por la tarde celebramos la Eucaristía. A los pies del Crucifijo que presidía la capilla, pusimos un recorte de periódico: la foto de Alejando que había traído El País (una antigua foto de archivo, de hacía más de veinte años).
El misterio eucarístico era, pues: Jesús, Alejandro, Inés.
El libro que tiene el lector en sus manos, en el fondo, quiere dejar constancia notarial de esto: el gesto cristiano de dos egregios misioneros, que amaron hasta la muerte, y que nos producen gozo, admiración y... envidia. Al tiempo en que escribo ya son Siervos de Dios,
porque la Iglesia ha abierto el proceso de su Canonización.
Aquí tiene el lector un testimonio, prolijamente narrado. Lea y juzgue.
Quizás facilite la lectura el saber, nítidas, tres intenciones del autor que palpitan en este relato, que son tres convencimientos que configuran por dentro la obra.
La primera. He escrito la vida de dos mártires. Esto no es una tesis personal del autor.
Es una convicción unánime, sin fisura, un clamor de toda la Iglesia de Aguarico.
La segunda. Cuando ocurrieron estos acontecimientos, escribí, de propio impulso, una biografía titulada Arriesgar la vida por el Evangelio, para darlos a conocer.
Un historiador de profesión, Lázaro Iriarte, experto en la sección histórica de las Causas de los Santos, me dijo:
Es muy importante una cosa: mostrar cómo el martirio no fue algo repentino o casual, sino que tiene el soporte de toda una coherencia de vida en un ideal.
Pienso que ni para Alejandro ni para Inés el final fue fortuito o casual: fue coherente.
La tercera. Con la documentación en la mano intencionadamente he tratado de mostrar (y no digo demostrar) que la Causa de estas vidas no es la Defensa de las Minorías que ciertamente lo incluye, sino lo último profundo y radical es: el Evangelio; expusieron su vida y murieron propter Evangelium.
Su mensaje ya lo dijeron los Obispos de Ecuador, cuando escribieron al Papa Juan Pablo II, apoyando la introducción de la Causa.
Pero pienso, que, al paso del tiempo, este mensaje irá calando y haciéndose cada día más grande y hermoso.
El Obispo Alejandro, misionero y mártir; la Virgen Inés, misionera y mártir, gloria de la Iglesia, gloria del Ecuador, gloria de los pueblos indígenas.
Junto a la presencia de Cristo, rogad por mí; rogad por vuestra Iglesia.
Mi agradecimiento a la Iglesia de Aguarico, al Obispo Mons. Jesús Esteban Sádaba, sucesor de Mons.
Alejandro Labaka, que me encargó esta biografía de los dos mártires, los dos unidos, porque no se pueden separar.
Mi gratitud a todos los misioneros y misioneras de Aguarico, miembros de esa hermosa Iglesia emergente, capuchinos, terciarias capuchinas, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos...,
que me han acogido siempre con cariño.
Mi palabra especial para el P. Roque Grández, hermano de sangre y profesión, autor principal de la Base de Datos de Alejandro e Inés, que ha sido clave para la elaboración de la biografía; lo mismo que al Vicepostulador de la causa, P. José Antonio Recalde.
A todos, de antes y de ahora, pues todos van en mi corazón, a todos..., aunque no los nombre... y al P. Ángel González, misionero (Angelito, con cariño), corrector a la lupa de
las 600 páginas originales; al P. Miguel Ángel Cabodevilla, diseñador del libro, y a la periodista y publicista Milagros Aguirre, encargada de la edición.
Cristo sea gloria y recompensa.
Rufino María Grández