Jesús, cantar de la Iglesia
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Pórtico
Cantar de la Iglesia - Cantar de mis días El día 2 de abril del año de gracia 1960, sábado de Témporas de Cuaresma, en la iglesia de San Antonio de Pamplona, un pequeño grupo de hermanos capuchinos, recibíamos la ordenación sacerdotal de manos de Mons. Gregorio Ignacio Larrañaga, OFMCap., misionero expulsado de China. Como sencilla memoria narrativa, como acción de gracias vaya este florilegio de Himnos para la liturgia y de poemas espirituales.
Los compañeros de curso me encargaron que preparara la pequeña estampa recordatorio de aquel evento que iba a quedar para siempre en nuestros corazones. El año anterior el Papa Juan XXIII había proclamado Doctor de la Iglesia a nuestro hermano capuchino S. Lorenzo de Brindis, Doctor apostólico.
Tomé su imagen como emblema. S. Lorenzo de Brindis tuvo un carisma singularísimo, su vivencia personal al celebrar la santa Misa: se ha podido comprobar cómo gastaba pañuelos en lágrimas y cómo, en ocasiones, se perdieron las horas del reloj. Al dorso de la imagen estaban nuestros nombres y sobre ellos una jaculatoria: Santifica, Señor, a tu Iglesia, dándonos sacerdotes santos.
El Papa acababa de convocar el Concilio. La revolución espiritual que seguiría al Concilio nadie la podía sospechar. Han pasado sesenta años. Y no ha sido solo la Iglesia, la sociedad entera ha evolucionado vertiginosamente, al grado de que, ya antes del nuevo Milenio, los historiadores puedan calificar el tiempo como la llegada de una nueva Era. Acaso esta sea la Era Global: el mundo entero lo tenemos aquí en el hueco de nuestra mano, en ese pequeño celular o móvil, que nos da la última información de lo que ahora está pasando en un rincón del planeta.
Pero sigue siendo verdad el antiguo adagio: Stat Crux, dum volvitur orbis.
Todo ha cambiado. Las estadísticas nos espantan; ignorarlas no sería de sabios. Por el lado opuesto, la teología es de una belleza esplendente; las Constituciones, de una pureza como nunca las habíamos tenido. El futuro está en el corazón de Dios.
Cuando me ha tocado hablar a la familia franciscana, les he dicho que tenemos que hacer personalmente una consagración incondicional al Señor, en respuesta a su amor, que es el que toma la iniciativa y nos guía. Por si vale, he aquí lo que personalmente quisiera:
Señor Jesús,
Pascua de mi vida,
ternura y fortaleza de Dios,
que has iniciado en tu cuerpo glorioso
la última novedad del Padre y del Espíritu,
por tu gracia y misericordia
siento en lo más profundo de mi ser
que tú eres la pasión y sentido de mi vida.
Te doy gracias por haber sido amado,
y en ese amor quiero vivir y morir,
en pequeñez y humildad
bajo tu divina mirada.
Puesto que en tu bondad
me hiciste digno de orar ante ti
y de celebrar la Eucaristía,
acepta mi vida, unida a la tuya,
sin condiciones,
para ser prodigio de tu ternura,
un canto de amor en tiempo y eternidad.
Sea el Evangelio
pensamiento y misión de cada día
y el servicio a mis hermanos, los hombres,
fruto de mi existencia.
Virgen, Madre del Señor, Virgen fiel,
ante tu divino Hijo
concédeme la gracia de la fidelidad. Amén.
* * *
En este clima espiritual quisiéramos cantar al Señor. Y muy especialmente cantarle en el ámbito de nuestras celebraciones.
Con este ánimo brindo a mis hermanos estas flores nacido en el corazón, como ofrenda del sacerdocio.
La himnodia sagrada - y pienso en particular en los himnos para la liturgia de las Horas - tiene su pauta que ha marcado la sana tradición. Belleza literaria, estructura estrófica, hondura de contenido con una teología convincente, sentido comunitario y eclesial de la oración, doxología en la estrofa final. Una buena parte de los poemas aquí recogidos han sido pensadas `para tales momentos; claro es que nadie puede introducir canciones por su cuenta en lo que es oración de la Iglesia. Tiene que mediar la legítima aprobación de los pastores.
Otros poemas no tienen este carácter de textos para la liturgia, sino son simples eco de oración, al latido de la liturgia.
En el conjunto se aprecia una marcada inclinación por los poemas pascuales. Así es. Con ellos se quiere expresar que la espiritualidad pascual, que une inseparablemente Cruz y Resurrección, ha de marcar de manera dominante la espiritualidad objetiva de la Iglesia, si bien es cierto, que el mismo misterio total se recibe ad modum recipientis, dejando la plena soberanía al Espíritu.
Y una palabra final. Quien lee estos poemas, quien se ha servido de los mismos para orar, podrá pensar que el autor de los mismos es un místico de altos vuelos. Cuidado..., no confundirse. El poeta, si quiere ser sincero, expresará, es cierto, sus anhelos, pero por encima de todo, el poeta de la liturgia lo que intenta es trabajar con los sentimientos de la Iglesia, la verdad de la esposa de Cristo, que es la Iglesia, y esa sí que es la verdad de la poesía espiritual, de la poesía litúrgica. A esa vedad de la Iglesia me acojo.
No me queda sino depositar esta obra de amor en manos de la Virgen María, la Madre del Señor.
Mayo 2020.
Fr. Rufino María Grández, OFMCap.