Kawsaykama 3 -Napo Mayumanta Runakunamap.
19,00 €
¡Kawsaykama! ¡Hasta la vida sin fin!
Se me ocurrió de improviso. Pensé que sería un buen título para estas reflexiones sobre la sabiduría naporuna.Aunque el entorno en el que se originó la palabra fue casual y lamentable.
¡Kawsaykama! Un brindis a la vida.
Precisamente eso es la cultura naporuna.
Delfín era un hombre rajado, agreste y montaraz.
De los de corrido, pendenciero y bebedor.
Nunca quiso someterse a los rumbos que la población indígena del Napo emprendía decididamente a la caída del régimen hacendatario.
Nunca mandó a sus hijos a la escuela. Si, por fuerza mayor, alguna vez lo hizo, nunca llegaron a terminar un trimestre de clases.
Libador de los aguardientes más duros.
Sus vecinos no le aguantaban, pues toda reunión terminaba en bronca.
Otra cosa era con los canoeros que hacían la ruta fluvial del Napo, entre Coca y Nuevo Rocafuerte.
La cabaña de Delfín era parada obligatoria para estos rudos arrieros del río.
A ellos les respetaba y a su vera tomaba todos los días que fuera necesario.
Yo lo visitaba de vez en cuando.
Solamente me ofrecía una copa.
- ¡Kawsaykama!, -brindaba y, sin respirar, vaciaba el veneno de su copa.
- ¡Kawsaykama!, -repetíamos todos a una.
El brindis le brotaba desde el fondo de su espíritu naporuna. Sus ojos quedaban por un momento entornados, como evocando un mundo feliz, ardientemente deseado y anticipadamente gustado.
Sus hijos se hicieron hombres.
Todos salieron al padre. De mutuo acuerdo decidieron vivir separadamente. Salieron de la casa paterna, pues no podían sobrellevar juntos las trifulcas.
Plantaron sus cabañas, exactamente, a la otra banda del río.
Cualquier día se les antojaba beber. Cuando brindaban de orilla a orilla, alzando sus botellas de licor y sonaba vibrante el ¡Kawsaykama!,
ninguno de los vecinos transitaba por el río.
Era el inicio de un vendaval de insultos y de retos en apoyo de la propia virilidad.
La contienda terminaba en una recia balacera.
Agarraban sus cartucheras y se disparaban sin compasión hasta que quedaban sin cartuchos en las cananas.
La distancia que los separaba era tal, que el plomo caía furiosamente sobre las tranquilas aguas del Napo.
Delfín murió en su ley. Un día en que se hallaba emborrachando, se cayó de la casa y se rompió las costillas.
Sus amigos canoeros intentaron auxiliarle llevándole a un curandero.
Tendieron un tablón desde la tierra a la canoa y cuando el grupo de ebrios entró en el improvisado puente, éste cayó al agua.
Delfín no aguantó el baño frío de las aguas del Napo.
¡Kawsaykama, Delfín!
José Miguel Goldáraz