Introducción al libro "Antonio Oteiza y Carlos Ciriza. Encuentro de dos viajeros en el camino"
Miércoles Santo, 5 de abril de 2023. Son las 11:00 h. de la mañana de un día soleado, pero la temperatura es fresca en los jardines del convento de los Padres Capuchinos, sito en el barrio de San Pedro de Pamplona. Es el punto de encuentro con los dos protagonistas de esta historia: Antonio Oteiza y Carlos Ciriza, dos artistas, dos maestros.
La conversación discurre, de inicio, al exterior, con la cercana presencia de la monumental “Tau” que san Francisco de Asís convirtió en su símbolo personal y Carlos Ciriza trasladó al acero oxidado como signo sacralizado para conmemorar el Centenario de la Provincia Capuchina, de Navarra, Cantabria y Aragón, allá por el año 2000. Una conversación que fluye ágil, sin apenas silencios ni pausas, en la que se percibe el respeto y la admiración mutuos, de Carlos hacia Antonio, de Antonio hacia Carlos. Y también, la confianza que se respira entre quienes han compartido, en medio de cartones y botes de pintura, muchas horas de reflexiones y puntos de vista sobre el arte, la cultura, la fe… en definitiva, sobre el hombre en su doble dimensión, natural y trascendente. La cámara de Luis López va captando cada instante de la animada tertulia.
Es Antonio quien, tras las presentaciones de rigor (“¿Azanza? Con ese apellido tú serás de Tierra Estella, seguro”), toma la palabra: “¿Vienes a hacerme una entrevista?”, me pregunta. “No, Antonio, he venido a charlar un rato con usted y con Carlos para que me cuenten lo que quieran”. Liberado del formato pregunta-respuesta, Antonio comienza a hablar, secundado por Carlos. Sin ajustarse a un guion previo, ambos desgranarán en los siguientes minutos algunos de los episodios más significativos de su andadura, viajando por multitud de escenarios y recordando a quienes caminaron con ellos -y a quienes todavía lo siguen haciendo- en el sendero de la vida.
Antonio nos traslada a su Guipúzcoa natal, a la Guerra Civil y a Orio, a sus estudios en Madrid, a los ejercicios espirituales y al Cristo de Medinaceli, “ante el que pasé muchas horas rezando y preguntándole qué quería de mí”, hasta que descubrió su vocación. Y se interesa por las cartas, esas cartas que nos hablan de la relación entre dos hermanos, el mayor y el pequeño, de una familia numerosa: “¿De verdad se conservan cartas? Ya casi ni me acordaba de ellas. Y, ¿quién las escribió, Jorge o yo? ¿Y desde dónde las escribimos?”. Cartas de ida y de vuelta, escritas o recibidas en Madrid, León, Gijón, La Coruña o Alzuza; y también en Buenos Aires, Popayán, Cartago, el Parque Arqueológico de San Agustín (Colombia), Trujillo (Perú) o las Islas Galápagos. No hubo fronteras para Antonio y Jorge.
Llega luego su labor misionera, y con ella las selvas, las cumbres y los ríos americanos, y las culturas indígenas. Y la escultura, porque “el arte me sirvió desde el primer momento para predicar el Evangelio”. Descubre así su segunda vocación, la artística, y emprende su particular “cruzada” en favor del arte sacro con carácter renovador, “que defendíamos muy pocos, recuerdo a algunos artistas y al P. Aguilar que desde la revista ARA apoyaba nuestras ideas”. Y, ¿qué ideas eran estas? “Belleza y expresividad”, exclama Antonio, con una vehemencia verbal y gestual con la que proclama su gran principio: “el artista sacro tiene que llegar al hondón y romper la realidad para descubrir el espíritu”. La belleza es el medio para llegar a la verdad y a la bondad, y por eso reclama un mayor compromiso con la educación artística en los programas de formación teológica. “Todas las Facultades de Teología deberían tener un doctorado en arte sacro”, concluye.
Carlos, que hasta ahora ha escuchado con atención a Antonio, toma la palabra para corroborar la importancia de la educación artística. Y le vienen a la memoria sus primeros pasos en el entorno familiar de su Estella natal, su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, sus primeras exposiciones en Pamplona y sus primeros viajes, con Nueva York como sueño cumplido. Y su labor como director cultural en Burlada, que supuso un gran esfuerzo al compaginarlo con su vocación artística, pero que mereció la pena: “La etapa de Burlada la recuerdo con mucho cariño. Había mucha tarea por hacer en el terreno social y pudimos poner en marcha varios proyectos culturales que en aquel momento fueron toda una novedad, hasta venía gente de Pamplona”, comenta.
De Burlada a Pamplona, a la galería abierta en la calle Nueva, que se convirtió en punto de encuentro y espacio divulgador del arte contemporáneo en la capital navarra. Y de Pamplona al mundo, con escala en Burdeos (“Aquello fue tremendo, con varios camiones transportando más de un centenar de obras hasta Francia, hubo que montar un convoy especial”), para convertirse en el artista universal que es. Y América, con Miami y Texas, de cuyos inmensos paisajes las esculturas de Carlos Ciriza parecen formar parte desde siempre. Y México, con el recuerdo del maestro Federico Silva, cuyo legado permanece vivo en San Luis Potosí, y donde las esculturas de Carlos Ciriza se hacen presentes en Querétaro o en Puebla. Es el de Ciriza un viaje físico, pero también mental, interior, que le conduce a una depuración formal. “Fijaos -nos dice- que contemplo ahora algunas de mis obras de años atrás, y no las volvería a repetir tal y como las hice entonces. Las simplificaría y eliminaría elementos que ahora me parecen superfluos. Serían obras distintas a como son. Pero, claro, yo tampoco soy el mismo de antes…”.
Concluimos así la primera parte de nuestra conversación, y encaminamos nuestros pasos al interior conventual. Si antes era la “Tau” de Carlos la que nos escuchaba, ahora lo hacen los relieves de Antonio, en los que plasma en bronce los momentos clave de la vida del intrépido misionero capuchino Esteban de Adoáin. Tras recordar con cariño y gratitud a Azkoitia y a la Fundación que lleva su nombre y que se encarga de difundir su obra y pensamiento, Antonio Oteiza vuelve la mirada al Camino de Santiago, al que ha dedicado parte de su obra pictórica más reciente en acrílico sobre cartón. “Sí, el Camino me ha atraído en los últimos años y ha sido un descubrimiento de fraternidad y acogida, he hecho varias series relacionadas con el Camino. Recuerdo una de ellas con episodios de la vida de san Veremundo, que se expuso en Villatuerta, Irache y Estella. Y otra en Rocamadour en Francia, ciudad a la que llegan varias rutas del Camino de Santiago desde toda Europa, antes de continuar hacia España. Tendríamos que proponer un hermanamiento entre Estella y Rocamadour, a ver con quién lo hablamos”, sugiere a Carlos.
Carlos asiente. Él también conoce muy bien el Camino, no solo por ser estellés y por haberlo realizado, sino porque uno de sus más queridos proyectos es “Los símbolos del Camino”, único en la ruta compostelana y que, por circunstancias ajenas al artista, no se ha podido completar, al haberse colocado tan solo tres de las ocho esculturas que lo componen, eslabones de la cadena jacobea a su paso por Navarra. “Fue una verdadera lástima que en su momento no pudiera finalizar el programa. Verlo en su totalidad sería cumplir un verdadero sueño”, reconoce. Ojalá llegue el momento en que se haga realidad.
Hay otro sueño que sí se hará realidad en breve, porque ya está en marcha: la construcción del Museo Oteiza-Ciriza en Estella. Y aquí también se percibe un sentimiento común en ambos artistas: esperanza e ilusión, ante un proyecto con unas señas de identidad bien definidas, ligado a la ciudad del Ega, a la ruta jacobea y al espíritu de la orden capuchina. Antonio se muestra muy agradecido, “porque con la decisión de construir este museo veo que apoyan mi obra y que no quieren que caiga en el olvido, como ha ocurrido en otros casos. Creo que han entendido que mi vida como capuchino y como artista ha sido una misma, hay una unidad”. Y ese reconocimiento le hace sentirse agradecido a su orden, porque entiende que su labor ha merecido la pena y tendrá continuidad.
A Carlos, Estella y los capuchinos le acompañan a lo largo de toda su vida, por lo que “a nivel personal supone un doble motivo de alegría, por ver construido el museo en Estella y porque contribuirá a mantener el espíritu de la orden en la ciudad”. Recuerda que ya de pequeño correteaba por las huertas en las que veía a los frailes con la azada sembrando patatas, “esas mismas huertas en las que se instalará el parque escultórico del museo, así que podéis imaginaros la emoción que siento”, confiesa. Fue allí donde Carlos conoció a numerosos religiosos a los que recuerda con afecto, y que le transmitieron el espíritu franciscano. Un espíritu que comparte con su esposa Mercedes Bretos, sobrina de los hermanos Eduardo y Evaristo Noáin, queridos misioneros capuchinos que murieron en Francia y en Ecuador. Y con sus siete hijos, verdadero orgullo de Merche y Carlos.
Antonio y Carlos coinciden en la necesidad de que en el futuro museo se respire un ambiente de espiritualidad y trascendencia. Antonio recuerda que “no es solo el museo, está también el albergue de peregrinos y la iglesia de Rocamador, que son elementos que forman una unidad y que deben mover a la oración por medio del arte sacro, con exposiciones, actividades, conferencias…”. Y Carlos insiste en la misma idea: “está en plena ruta del Camino de Santiago y en terrenos que fueron de los capuchinos, y por eso mismo debe transmitir un mensaje acorde con la espiritualidad jacobea y con la propia orden religiosa, porque todos los peregrinos que lo visiten ya vienen con esa idea de ascendencia”.
Los dos entienden además el museo como algo vivo y cambiante, que acoja exposiciones temporales y actividades de muy diversa naturaleza, como ciclos de conferencias y encuentros literarios, musicales y audiovisuales, con una marcada función social. Y que facilite el diálogo a diferentes niveles entre la obra de los dos artistas. Un diálogo que en absoluto pretende ser excluyente, ya que otros artistas también compartirán espacios de encuentro con Oteiza y Ciriza. La actividad del museo deberá adquirir además un compromiso con la educación, por lo que “será muy importante que exista una relación cercana con los centros escolares, y para ello habrá que ofrecerles talleres y campamentos que fomenten el interés por el arte desde bien pequeños”, asegura Ciriza. Y Antonio Oteiza se suma a su petición con entusiasmo: “Por supuesto, los niños tienen que venir al museo, porque muchos de los temas que tratamos Carlos y yo son muy actuales y les servirán para aprender sobre los problemas del día a día”.
Al hablar sobre los temas de actualidad, Antonio comienza a debatir con Carlos los posibles contenidos de las exposiciones que ya visualiza en el futuro museo. Un museo para el que el proyecto de MRM arquitectos “ha sabido captar el espíritu de austeridad y sencillez de la orden capuchina, y también la personalidad de ambos artistas y de las obras que van a ser expuestas”, expresa Carlos.
Antonio Oteiza lo escucha y asiente, pensativo. Los dos aguardan, expectantes, el día en el que el museo sea una realidad. Ese día conversarán en él, rodeados de sus obras, con Nuestra Señora de Rocamador como testigo de su conversación. Como también lo seremos nosotros. Concluyo esta introducción con mi agradecimiento a ambos maestros, y con mi deseo de que llegue pronto el día de volver a conversar con ellos en su museo.
Pamplona, Convento de Capuchinos de San Pedro, 5 de abril de 2023
José Javier Azanza López