• San Antonio de Padua. El santo de todo el mundo
San Antonio de Padua. El santo de todo el mundo

San Antonio de Padua. El santo de todo el mundo

13,00 €

Los hombres de hoy son positivistas y prefieren contabilizar más que simbolizar.

Se contabilizan las obras socio-benéficas, más que los milagros; la asistencia y el servicio a la humanidad, más que la oración; los trabajos en favor del prójimo que dicen relación a la comida, al vestido, a la casa y a la cultura, más que lo que trasciende los sentidos...

Aquí estamos frente a un hombre a quien se presenta con un lirio y un libro en la mano: es el lisboeta san Antonio de Padua.

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Decía Chesterton, el escritor inglés, que "todo santo es un hombre antes que santo: y un santo puede llegar a serlo cualquier hombre".

¿Cómo era el hombre Antonio?... A san Antonio le conocen las gentes por las letrillas de la "Verbena de la Paloma", por el "santo casamentero", por la "Cancion de los pajaritos", por la imagen que cada pueblo tiene en la Iglesia en la que se representa al santo con el niño y el azucenóno de trapo.

Ni como el hombre ni como santo, Antonio de Padua fue esa gentil figura estilizada y blandengue que la tradición nos ha ofrecido o que la devoción del pueblo ha cargado de leyendas y dulces atributos.

Las primeras pinturas que se conservan de él y que se remontan al siglo XIII -cuyos autores debieron recoger la descripción verbal de quienes lo trataron-, nos muestran la figura de un hombre más bien bajo, fuete y rechoncho; así lo ven Giotto, la escuela paduana del siglo XVI y el artista polaco Mateo Bertowicz. Donatello ya lo estiliza un poco más, así como Bordone, discípulo de Tiziano, en el siglo XVI... y Vanucci que ya comienza a adelgazarlo.

Rubens, Van Dick, Ribera, Murillo, Gercino y Tiépolo no ideliazaron la fitura del fraile portugués e, incluso, el Greco -cosa rara- no estiliza la figura de san Antonio.

Goya tuvo la genialidad de hacer una balconada paralela al plano de la cúpula en san Antonio de la Florida... Allí san Antonio es de mediana estatura, no muy gordo pero tampoco el tipo dulzarrón que nos dan algunos artistas modernos.

Sólo debido a la imaginación popular se explica el que los artistas comenzaran a idelizar su imagen.

Mil veces representado por el arte; desde el siglo XIII hasta hoy, cada artista lo ha visto a su modo; sin embargo, todos coinciden en una nota singular; su simpatía.

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Se conserva una descripción literaria que lo describe así: "Tenía el color moreno, porque los españoles, vecinos de los moros, son todos de color moreno.

Su estatura era inferior a la mediana, pero corpulento e hidrópico. Su fisonomía era delicada y tenía tal expresión de piedad, que, desde luego, sin conocerle se adivinaba en él carácter apacible y bueno".

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Si hubiera vivido hoy san Antonio, hubiera sido un hombre de constantes viajes. Su vida le refleja inquieto, viajero y emprendedor: no duda un momento de marchar de Lisboa a Marruecos; y después Italia y Francia conocen la medida de sus sandalias: predicador ambulante, popular, profesor de teología, escritor, metido de lleno en los conflictos de su Orden, y siempre en una actividad sorprendente dados los medios de comunicación de su época.

Por los datos que conocemos de su vida podemos trazar estos rasgos temperamentales: apacible y emprendedor, amable y audaz, sociable y valiente.

Es decir, datos que no están muy de acuerdo con ese tipo de santo que la leyenda conoce lleno de beatíficas suavidades para solaz de mujeres piadosas.

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La obra literaria de san Antonio como escritor es fecunda: en los escritos, lo mismo que en la pupila del ojo, se refleja la persona: a través de ellos adivinamos que san Antonio tenía un carácter humorístico, de fina ironía... y no exento de dureza cuando debía proclamar la verdad frente a los enredos humanos.

La bondad del santo nunca puede confundirse con la tontería: "Los fariseos de hoy sólo quieren escuchar lo que les halaga. ¿Quiénes escuchan las palabras de vida? Los pobrecillos, los ignorantes, los rústicos, las viejecillas... Estamos llenos de palabras vacías.

Vacíos de obras, y por lo tanto, malditos del Señor como la higuera".... Sus predicaciones son de un verismo que en nada se parece a esa bonancible y mórbida piedad que le atribuyen. Fustiga y levanta ampollas en el alma de los oyentes.

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Como buen latino, Antonio de Padua era un hombre de sangre ardiente, le correspondió un lote de pasiones fuertes. La castidad no le fue fácil ni venció la lujuria con un manojo de lirios.

Ahora nos explicamos que ese azucenón que lleva en la mano tiene más de cilicio que de flor, más de freno que de agua de rositas. "En el freno -escribe él mismo- hay dos cosas: la correa y el hierro. El hierro se pone en la boca del caballo. Con la correa se le frena y se le lleva por todas las partes...." Lo demás es fácil de adivinar. Así era su temperamento. Su bondad, su mirada amable, sus milagros, la flor de sus manos, en nada deben reblandecer ante nosotros su santidad.

Lector, encontrarás en este libro la vida del santo más popular de la Iglesia: San Antonio de Padua.

Fermín de Mieza.

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