Historia de un pobrecillo
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"La memoria del justo sirve de bendición", dice el viejo proverbio (Pro 14,17) "su recuerdo será perpetuo", dice el salmo (Sal 112,6), y al cantarlo los domingos por la tarde lo aplicamos a Jesucristo, cuya memoria viva es la Iglesia, y cuyo memorial-sacramento es la Eucaristía.
En estas páginas, escritas para corazones sencillos, celebramos la memoria del Padre Bernabé de Larraul. Murió el día 29 de abril de 1988 en San Miguel de los Bancos, provincia de Pichincha, Ecuador.
Para el primer aniversario el pueblo -el pueblo sencillo, diré mejor, el Pueblo de Dios- le levantó una estatua de piedra, delante de la iglesia de San Miguel que él había edificado.
Nunca había ocurrido tal con ningún fraile de nuestra amplia provincia capuchina. Y ahí ha quedado, mirando a su grey desde el humilde pedestal, con las manos entrecruzadas sobre el pecho, en esa actitud de acogida y recogimiento, que era tan suya, y que se acompasa tan suavemente a los sentimientos de su corazón.
Algo nos estaba diciendo el pueblo humilde al rendir homenaje al Padre Bernabé. ¿Qué era? Ojalá estas humildes páginas, escritas para sencillos, acierten a descifrarlo.
Lejos de mí las vanas alabanzas, horrible disfraz, para un corazón pobre, humilde, verdadero. Y lejos de mí también las fantasías.
Voy a trazar lo mejor que pueda una semblanza del Padre Bernabé, intentando dar el perfil de sus rasgos evangélicos. El Padre Bernabé es un Pobrecillo de Cristo. Viene a la memoria aquel título que los ignorantes y los sabios dieron a Francisco, plasmando perfectamente el carisma: Il Poverello, el Pobrecillo de Asís.
Eso de "pobrecillo" lo llevaba nuestro hermano apegado al alma. Casi octogenario, escribía a unas religiosas clarisas: "Me han dirigido palabras de encomio, pero yo no paso de ser un pobrecillo, más bien un miserable"
Y a las mismas hermanas les firmaba en otra carta "el pobrecillo Fr. Bernabé de Larraul".
El Padre Bernabé es un reflejo de Evangelio. En su figura singular habrá cosas que los críticos no compartan; pero, al tratar de recoger la herencia espiritual que nos ha dejado, no interesa entrar en discusiones.
El Padre Bernabé era muy fiel en la correspondencia epistolar. Con su pluma o bolígrafo escribió bastante a tales y cuales personas. También al morir se descubrió el cúmulo de cartas que había escrito a su director espiritual, el P. Antonino de Caparroso (1954), así como las respuestas, más bien breves, que éste le mandaba.
Aparte hay cuadernos y notas espirituales. Todo esto se compone de un material de primera mano y de óptima calidad para saber quién era el Padre Bernabé, visto desde el interior de él mismo.
Al citar escritos del P. Bernabé hablaremos o de cartas o de notas espirituales.
La semblanza que sigue está pensada como memoria para el segundo aniversario de su muerte. Que esta memoria sea bendición.
Rufino María Grández (Capuchino)